Por Gastón Fournier — Curador de Arte & Artfluencer
La crónica de esta semana pide ser narrada con respeto, picardía y lirismo, como una crónica de arte de época y de intimidad.
Corroboro una vez más, que lo inesperado no sucede en los museos ni en las ferias. A veces, hay que tocar timbre. Atravesar un hall señorial, subir por un ascensor angosto, y entrar a un piso afrancesado en Recoleta para encontrar lo verdaderamente radical. Lo que corre riesgos.
Así fue mi visita a la “home gallery” de Agustina Roca. Arquitecta de formación, artista visual de corazón y cordobesa de origen, lleva cinco años en Buenos Aires, desplegando una sensibilidad Virgo que mezcla orden, hospitalidad y una visión cada vez más propia del sistema del arte.


Agustina es fundadora de Aura, una galería que comenzó como virtual —cuando aún nadie entendía del todo qué significaba eso—. Su formato era distinto.
Como todo lo distinto, al comienzo, no se comprendía… “virtual” pero se mostraba en un espacio físico, un espacio de arte que no le pertenecía… pero era la dueña de la galería… Lo que sí le pertenecía era sus “nuevas formas” de mostrar, de darse a conocer. En su momento, me fue inspirador y memorable su forma de exhibir las obras de trastienda en Barrakesh, en su pop-up, su sello distinto. Lienzos y más lienzos, uno sobre otros, ver obras como quien elige sedas en Jaipur o como quien busca pañuelos vintages en Las Dalias, en Ibiza, el mercadillo gipsy de la isla.

Se formó con diferentes referentes del mundo del arte porteño, fue echando nuevas raíces y madurando. Fue ganando forma, peso y audacia. Hoy Aura Gallery, más madura y más sólida —concreta vs virtual—, cobra forma en un exclusivo piso de Recoleta.
Y hoy, Agustina y Aura se animan a salirse de la zona de confort. Lejos de las atmósferas surrealistas de banquetes y colores pastel, lejos de las escenas de cacería de campiña inglesa… se sumerge en el mundo de la figura humana. En el cuerpo más precisamente, como instrumento o medio para comunicar y contar historias. Relatos: reales y mitológicos. Sacros, eróticos, cárnicos, juzgados. El responsable de esta curaduría —quien lejos de pasar desapercibido— Samuel Dansey, propone y desafía… Pero ahora ya les cuento más de él…


Hoy, su espacio —y su universo— han madurado, como les decía. Aura se convirtió en una galería que es también su casa. Pero no una casa cualquiera. Es un lugar donde el arte convive con la vida. Y donde lo íntimo se vuelve dispositivo curatorial.
Agustina hace algo valiente: le entrega su espacio, y en parte también su cuerpo cotidiano, a la mirada de otro. El otro, en este caso, es Dansey, el curador.
Samuel Dansey —a quien conocemos por ser periodista, productor cultural y curador especializado en artes visuales, a quien aborda lo artístico desde la escritura, las relaciones públicas, la gestión institucional y la performance, a quien entre sus intereses se encuentran las convenciones sociales, el dilema de la naturaleza, la animalidad del comportamiento humano, los procesos de construcción de la identidad, la sexualidad, los misterios de la vida y el sentimiento religioso— escribe como cura. Es decir, como quien sana y nombra con precisión quirúrgica.
Mi primera pregunta al conocer este tándem fue: cómo podían convivir y dialogar dos universos tan —a primera vista— opuestos. Distintos. Agustina y Samuel tienen un vínculo de amistad. Hace unos años atrás, Samuel recibió de un artista uruguayo su retrato hecho por él. No lo conocía, nunca habían trabajado juntos, ni se habían visto personalmente. Recuerdo cuando Samuel lo compartió atónito en redes y lo honrado que se sentía.

Tiempo después, Gonzalo Delgado estaba cruzando “el charco” para hacer su primer solo show en Buenos Aires.
Delgado trabaja con la palabra, el cuerpo y la imagen. Es cineasta, actor, guionista y director de arte. Fue alumno de la mítica Escuela de San Antonio de los Baños, en La Habana, Cuba y luego en España, en la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales, en Cataluña. Pero acá, en Buenos Aires, trajo algo más: una serie de más de treinta obras de dos meses de producción; dibujos cargados de historia, deseo, religiosidad y goce.
Delgado sabía cómo contar historias. Y así nace: “Tuyo Siempre”. Esa frase funciona como umbral. Algo se abre en el living de Aura. Se abre la intimidad, la piel, las preguntas. Como promesa, como deseo, como amenaza y como rendición. Los dibujos están hechos con urgencia, pero con técnica. Con hambre, pero con precisión.
En palabras del curador: “Dibuja como un animal encerrado en un departamento, un animal que rasguña la puerta, ansioso por la llegada de su amo. Un animal desesperado…” La frase no sólo define la energía de la muestra: la encarna.


Agustina vive allí. Vive y convive con ángeles que renuncian a sus alas para amar, con San Jorge erotizado. Novios, amantes, cuerpos que no piden permiso, seres mitológicos de penes erectos, con cuerpos humanos clásicos comunicándose y chorros de semen. Como todo está bien hecho y con colores pasteles, no molesta ni perturba. Mágicamente, no escandalizan. En la puerta de un baño de estación de tren, serían XXX, obsceno. En este piso de Recoleta, en este hogar, no. Juro que no. Es casi —me atrevo a decir— romántico.
El guion curatorial tiene dos actos. Primero, lo sagrado: figuras protectoras, escenas mitológicas, cuerpos en fuga, historias de amor de a dos. Luego, en la sala contigua lo íntimo: la cama, el encuentro, el cuerpo como campo de batalla y celebración. Intimidad, amor y pasión hecha carne.
El Covid dejó el “aforo” como palabra que reduce la capacidad de visita, pero en este caso, genera exclusividad, a esta “home gallery”. Dos preopenings, periodistas, coleccionistas y personalidades del mundo del cine y la industria audiovisual, citas por DM y flyers de difusión, sin dirección. La intimidad y lo reservado a esas cuatro paredes, se percibe, se huele, como el sexo.

En un gesto que desdibuja el límite entre la exhibición y la vida, Agustina, en uno de los preopenings, llevó a un coleccionista a su habitación… sobre la cama, una de las obras de Gonzalo, sobre la cama literal. ¡Corrió su límite de intimidad al máximo… Uff!!!! Las obras se exhibían hasta allí… evocando esa intimidad más íntima, la de la cama. El arte, literalmente, en el lugar más íntimo de todos. ¿Qué hay más honesto que eso?
Y yo me quedo pensando por qué esta alianza, por qué Agustina fue el mejor tándem con Dansey y Delgado para contar esta historia… Y la respuesta es simple: porque se atreven a correr riesgos y a jugar entre cuatro paredes… Porque saben que, a veces, el arte no entra por la puerta principal. Que a veces hay que abrir la habitación, mirar a los ojos a lo incómodo, a lo erótico, al riesgo. Porque en el fondo, todos somos un poco animales encerrados. Que dibujan. Que aman. Que esperan ser mirados.

“Tuyo siempre”… me parece una declaración perfecta. Para el arte. Para el deseo. Para el cuerpo.
Por hoy, me detengo acá. Me entrego al vacío de esa habitación… tal como me invita Delgado y Dansey, para —al fin— ser domesticado.
Gastón Fournier
Junio 2025