“Pacífico”, la última obra de teatro de Laura Fernández y Daniela Salerno

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Por Candelaria Penido. IG: @candepenido

Encerrada en la inmensidad

“Acá está lo inmenso. Donde está lo inmenso las cosas suceden”, le dice la protagonista de Pacífico, la última obra de teatro de Laura Fernández y Daniela Salerno, en cartelera todos los viernes de mayo a las 20:30hs en El portón de Sánchez (Sánchez de Bustamante 1034), a un interlocutor lejano. Y así fue, se fue lejos, a lo inmenso, y cosas sucedieron.

Irse a vivir a otra parte, lejos, y escapar de la rutina cotidiana es una de los temas que se repiten últimamente en reuniones familiares y con amigos. Se escuchan proyectos de vida nuevos, búsquedas de algo distinto. ¿Una aventura quizá? ¿Un evento inesperado que lo cambie todo?

Este fue el impulso que el espectador no ve, pero que permitió que la protagonista de la obra se encuentre en la situación en que se encuentra. Sola, en medio de la Patagonia. Una Patagonia que se aleja de las pistas de sky de Bariloche y las acogedoras cabañitas de San Martín de Los Andes. Una Patagonia fría, árida y desierta. En donde no hay más que negro y oscuridad. “Noche, rodeada de noche estoy. Incluso de día”, dice el personaje principal.

La monotonía y la soledad del clima y el espacio se perciben apenas se ingresa a la sala. En ella solo brilla, por intervalos de segundos una luz amarilla, una baliza en la ruta que anuncia un puesto de migración. Pastizales secos por aquí y por allá. Una casilla de madera, pequeña, en donde solo caben unas cajas con elementos confiscados en la aduana, una gran pantalla que reproduce cuatro cámaras de seguridad esparcidas por la tierra llana, una silla, elementos de escritorio y una ventanilla. Esta se erige como portal inútil, capaz de permitir el contacto con un otro, que nunca llega a aparecer.

Daniela Salerno interpreta a una empleada de migraciones. Al comenzar el espectáculo, ella ya se encuentra en escena y desde el primer movimiento su vulnerabilidad se percibe. Este personaje que se mueve sin ir a ningún lado, refriega sus manos, ropa y zapatos; que mira con cara de loca y ojos desesperados lleva al público de un lado al otro de su desconcierto. Lo arrastra sin piedad por una serie de circunstancias inconexas, solo para revelar la fuente de su angustia hacia el final.

La obra es un monólogo, ya que por más de no verlos, existen otros personajes. Son voces que el espectador no oye. Interpretan una figura parental del otro lado del teléfono, un Suboficial del otro lado del Handy y una mujer misteriosa salida de un recuerdo cercano. La protagonista interactúa con ellos y el público, regido por la desesperación en su voz va avanzando en la historia.

La estructura de la obra nos presenta de a migajas el hilo conductor, la historia de lo que pasó. Esta se ve intercalada por imágenes, recuerdos, comentarios de la protagonista. Instantes en que nos perdemos en las dimensiones de su mente, a la vez de que la vamos conociendo.

Existe una economía de los sonidos, más allá de la voz protagónica, no oímos casi, otra cosa. Los elementos sonoros que aparecen, como el viento, ayudan al espectador a introducirse en lo inhóspito del paisaje, así como la puesta en escena. Con pocos elementos, esparcidos en el espacio, la profundidad del escenario hace que la vista se funda con lo negro.

Un elemento interesante que rompe con la ilusión de delirio —esa duda que emerge en el espectador donde no se sabe si todo lo que la protagonista cuenta sucedió realmente o es producto de su mente—, es la pantalla. El recurso audiovisual, nos coloca en la realidad. A través de estas cámaras de seguridad, vemos el paso del tiempo, la llegada del amanecer, y los lugares que se mencionan. Así como otras personas.

La contradicción está presente en toda la obra. Esta se filtra en la búsqueda de la libertad con una constante dependencia a una rutina monótona y vacía. En la inmensidad a la que fue designada contra la minúscula cabina en donde debe permanecer, donde con suerte entran dos personas sin rozarse. Y en las ganas de aventura condicionada por un sueldo fijo del Estado que se deposita cada fin de mes.

“Es más difícil la aventura cuando se necesita un sueldo todos los meses. Es más fácil equivocarse cuando ninguna opción es tan buena. Es más fácil sentirse enamorado cuando afuera es todo llano y árido. Es más difícil salir ileso de la tragedia cuando todo esto se da junto, todo a la vez”, describen a Pacífico, las palabras de sus autoras.

Ficha técnica

Pacífico, de Daniela Salerno y Laura Fernández
Con: Daniela Salerno
Diseño de escenografía: Nicolás Botte
Realización: Nicolás Botte, Jerónimo Tedeschi, Manu Tedeschi, Emiliano Szumczuk
Diseño de luces: Matías Sendón
Diseño de vestuario: Lara Sol Gaudini
Diseño sonoro: Zypce
Diseño Gráfico: Martín Gorricho
Fotografía: Vicky Mc Coubrey
Prensa y redes sociales: Prensópolis
Producción ejecutiva: Alejandro Rozenholc

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