Por Gastón Fournier — Art Curator & Artfluencer
El caleidoscopio eterno de Polesello y el resplandor propio de Naná Gallardo.
Una tarde de invierno fui secuestrado por Naná Gallardo. Llegamos a su casa en Colegiales a las 16. Salimos a las 22:40. Podría decir que me “secuestró” el arte, pero sería quedarme corto. El buen vivir, el buen comer, el buen beber, la buena compañía y una colección ecléctica de arte propia y heredada. Me secuestró una vida. Una forma de habitar, de amar, de recordar y de proyectarse. Me secuestró una mujer. Una geisha barroca, enigmática y transgresora.
No fui solo por ella. Fui en busca del mito Rogelio Polesello. O de lo que queda de él. Su legado —esa palabra tan pesada— que hoy está en manos de Naná. Y en su cuerpo. En su casa, sus rituales, su humor, sus pasiones. El mundo psicodélico y brillante de Rogelio Polesello, el artista argentino que hizo del arte óptico una experiencia sensorial, vive hoy como una pulsación constante entre floreros franceses, espejos deformantes, esculturas de acrílico, dibujos originales, piezas de gran tamaño, obras coloridas propias y ajenas, fascinators de pluma y dildos de cerámica.


Sí. Todo eso. Porque el universo de Naná Gallardo, musa, amante y ahora artista visual en expansión, no conoce de límites. Ni los conoció nunca.
Polesello fue muchas cosas. Fue niño luminoso, diseñador gráfico, amante del vidrio, del cuerpo y de la luz. Su arte no se miraba, se atravesaba. Mirar por un Polesello es descubrirse distorsionado, como si el mundo se quebrara en pedazos de colores. Hacía arte con la luz, literalmente. Le gustaban los acrílicos, los monóculos, las curvaturas, los reflejos. Por toda la casa, en diferentes momentos del día se reflejan arcoíris: por sus obras o por el juego óptico de ventanales espejados. El mismo juego óptico que se repite en muchas de sus obras. Fue pintor y escultor vio el mundo como un verdadero caleidoscopio.

Comenzó a trabajar en una agencia de publicidad a los quince años. Conoció el mercado del consumo masivo. Estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano y se graduó en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. Descubrió la obra de Paul Klee, que tendría una importante influencia en su obra, y recibió conocimientos de su padre, que era constructor de edificios, lo cual le inspiró la incorporación de diversos materiales y métodos de construcción en sus trabajos. También participó en las actividades del grupo Boa, con su interés en el surrealismo.
Es un exponente del arte óptico. A lo largo de su carrera ha transitado por distintos lugares del llamado abstraccionismo geométrico.


Su obra combina formas geométricas con efectos ópticos de color para producir la ilusión de movimiento. Sus primeras esculturas, que datan de los años 50, exploran el efecto de la luz en los objetos. También trascendió los límites de las superficies pintadas tradicionales, con su gran mural Eclipse –nombre que le puso Naná- en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza (Buenos Aires, 2001) y sus pinturas en autos, edificios y el cuerpo humano.
Polesello ha expuesto su trabajo en la Bienal de París, Bienal de San Pablo, Museo Nacional de Bellas Artes, en el Instituto Di Tella; en el Center for Inter-American Relations de Nueva York; en la galería Ruth Benzacar; en el Recoleta y recibió el Gran Premio de Honor del Fondo Nacional de las Artes.


Otra de sus obras de arte más reconocidas fue un trabajo de pintura realizado para la decoración de un automóvil de carreras (un Volkswagen 1500), para competir en el campeonato argentino de Turismo Competición 2000. El resultado, fue un decorado de franjas multicolores, dispuestas sobre un fondo negro mate. Por la impresión visual que generaba la combinación cromática de esos colores, este coche fue vulgarmente bautizado como “El Policromático”. Actualmente, el mismo descansa en el Museo Juan Manuel Fangio de la ciudad de Balcarce.
Recuerdo haber visto por primera vez, una de sus obras hace ya más de 10 años atrás, un tótem acrílico lleno de burbujas-lupas distorsionantes, en la colección de la Bodega Salentein, espacio Killka, Mendoza”. Quien se haya cruzado con alguno de sus grandes plásticos, se habrá rendido ante la tentación de jugar: a verse deformado, a dejarse atravesar por un funcionamiento nuevo de los ojos y de todos los sentidos, a mirar de una forma nueva.


Él, quería tirar abajo paredes del Malba para su gran retrospectiva (que nunca llegó a hacer en vida). Quería que su obra se sintiera monumental, como se siente la vida, como esa pulsión, como ese último orgasmo.
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Se conocieron con Rogelio en la galería Ruth Benzacar, a principios de los 90 por un amigo en común, Federico Peralta Ramos [artista dadaísta que murió en 1992, ícono y figura de los 60], que un día le dijo: “Vamos a la muestra de un amigo”.
Cuando llegaron, Polesello estaba montando su muestra y Ruth lo retaba porque todas las obras estaban sin titular, algo que le costó mucho.
“Siempre fue muy divertido”. A Naná la cautivo su pelo blanco, que llevaba suelto y sin peinar, y el piloto que usaba en ese entonces, que le hacía acordar a Darío Grandinetti en “El lado oscuro del corazón”, la película de Subiela. A Naná en más de una ocasión la hemos visto con pilotos, ajustados a su cintura. ¿Homenaje o casualidad?


“Polesello estaba de novio con una rubia, nunca me prestó atención” relata. Pasaron cuatro años hasta que se volvieron a cruzar, frente a la Biela. No se separaron más.
Naná siempre fue fan de su obra. Fue luego, su inspiración. La mujer que estuvo a su lado durante veinte años, aun en sus últimos días. Estuvo detrás de su talento y de su trabajo siempre, apuntalando su producción con registro fotográfico, con archivo, con los títulos de los cuadros… Lleva su obra como bandera desde siempre.
Amor tormentoso, relación basada en la admiración y en la locura, pero el punto de encuentro siempre, fue el arte. Se metió en su mundo y lo empezó a ordenar. “Pole era un desbole”, afirma.
Ambos de personalidades muy fuertes: él Leo y ella Tauro. Él se obsesionaba con objetos, coleccionaba por tandas: cepillos de dientes, teléfonos inalámbricos y lo de los peines, en cambio, fue permanente.


Y, sin embargo, detrás de esa figura monumental, estaba ella. Naná. Con acento en la última a. El verdadero caleidoscopio, estaba en ella.
Siempre fue Naná. Misteriosa. Magnética. Sexy. Sensual. Musa. Fashionista. Quiso cambiarse para tomarse unas fotos. Ama jugar y transgredir con sus prendas. Siempre se destacó por su camisa colocada como “chalecos de fuerza de un neuropsiquiatrico” de esas pelis de terror tipo “El Exorcismo de Emily Rose”. Solo ella tiene la personalidad para poder usarlas así… ¡y no porque esté loca ni posesa!
Una luchadora constante, que todo el tiempo se auto rescata y se auto flagela. A la que no “le daban cabida” en el mundo del arte.
Yo, en cambio, conocí a una Naná en su versión más auténtica: una mujer expandida. Oriunda de Tigre, una “Amy Winehouse”, – como el retrato que le hizo la artista brasilera Thais Zumblick, con biblioteca de arte y colección de floreros franceses y esculturas mochicas. Un ícono silencioso de la escena porteña, ahora decidida a ocupar su propio lugar.
Naná es sensible. Ama los animales y está atenta a las señales del Universo… Su historia con su perra Summer, la relata con más amor y entusiasmo, que su propia historia.
Pese a ser una taurina, terrenal, amante del buen vivir y del buen comer, tiene desarrollado todo un lado muy espiritual y metafísico. Sigue comunicándose con “Pole” -como los íntimos le siguen llamando- a través de visitas de un colibrí y con los reflejos de arco iris que se generan ocasionalmente, tal como en las obras de Rogelio. Lo mismo le sucede cada vez que se cruza con un Siberian Husky, puede estar en el desierto de Atacama, en Chile, que puede cruzarse con uno, si él desea apresentarse,


Naná es consciente de su responsabilidad social, ayuda en una maternidad compartida, a su colaboradora. Su maternidad no es full time, pero su cuota esta saldada con eso. No desea tener hijos. Son hijos de la vida, los que ella tiene y elige. Bromea que la niña – que ya pinta – ella es su representada y exhibe junto a grandes nombres, las primeras obras de la pequeña.
Naná es guardiana y archivista que quedó con el acervo artístico bajo su custodia. Sigue vendiendo obra de él. Sigue manteniendo vivo a Polesello. Vivir entre su arte, hace que lo siga teniendo presente. Lo extraña físicamente, pero su espíritu, la acompañan siempre.
Naná, es anfitriona. Generosa. Me abrió las puertas de su casa como quien abre un templo. Recorrimos cada rincón, porque todo, tiene arte. Empezamos por la cocina. Si, su colección también invade la cocina: collage analógicos y digitales de su propia autoría, unas manos con la paleta que caracteriza a Iara Kaumann Madelaire, una “muñeca Barbie” intervenida por Pool y Marianela con vestiduras sacras tipo Virgen María, puros brillos de bodegón en la obra de Karina El Azem, “Cabeza Fragmentada” de Marta Minujín, esculturas pequeñas intervenidas con color por Rogelio y podría seguir listando cantidad de obras y artistas contemporáneos, reconocidos y emergentes. Todo eso, solo en la cocina.
Un café de máquina –italiano-, unas ricas cosas dulces, que cruzó fugazmente a comprar, frente a su casa. Y, allí comenzaba nuestro cautiverio hedonista. Y la apertura de memoria emotiva, bitácora de anécdotas y corazón, de esta misteriosa mujer.
Hablamos de todo… del mercado del arte, de su colección heredada, de los objetos que Pole coleccionaba: piezas de vidrio y otras de acrílico, porcelanas chinas y esculturas mochicas. De su colección propia, que ella continua. De que busca conectar con los artistas más allá de su obra. De que no soporta la vulgaridad y mediocridad. De que la enoja la deslealtad. De política, tik tokers, educación, sexo y espiritualidad. De que busca la belleza en la naturaleza, de que se conmueve con el arte, de que el arte debería ser más emoción y menos pensamiento. De su deseo de tocar y de su apertura hacia lo nuevo.
Otra Naná.
Recorrimos luego su living, su sala principal, de doble altura, lo que permite exhibir obras de gran tamaño. Mas obras de Polesello, piezas orgánicas de Nicolás Rodríguez, que se asemejan a esponjas marinas; otras esculturas de acrílico pero estas son, de Santiago Zemma; una de las icónicas esculturas “cabezas” de Iara Kaumann Madelaire, con ese brillo en los ojos que las hacen ¡tan real!.
En el patio exterior reconozco una de las sillas intervenidas por Sol Agterberg para su muestra inmersiva “Metamorfosis”, para Experiencia Living, en Bliss.
Subimos y bajamos escaleras, más arte óptico de “Pole”, me llama la atención uno con trazos curvos y circulares. En un hall distribuidor un retrato de Carmelo Carrá que dibuja el movimiento, como un cineasta de la Nouvelle Vague; otra obra de José Gurbich artista lituano y uruguayo por adopción, otra fotografía de un reflejo que captó a Naná desnuda, otros dibujos chinos originales con figuras masculinas y penes erectos expuestos. La sexualidad se respira por toda la casa.
Y llegamos a la bóveda del acervo de Polesello: obras de todos los tamaños, embalados, clasificados, catalogados. Naná entra como quién a un lugar sagrado, es un altar, hasta con velas encendidas.
Le pregunté ¿cuál es su obra preferida de todas de las de Rogelio? Naná me dice que es casi imposible elegir un cuadro de Polesello favorito…porque esencialmente es fan de toda su obra …
Pero recuerda uno en particular, que tiene un sentimiento muy especial. Se llama “Musa”, es un cuadro tiene que ver con toda una serie desarrollada después de un viaje que hicieron juntos a Marruecos … A partir de una discusión que tuvieron al respecto de su composición, que a su criterio no era lo que él le había descripto que quería hacer… Discutieron fuerte.
Y raíz de esa discusión surgieron una serie de accidentes en su proceso que convirtieron la obra y el resto de la serie de cuadros, en algo completamente fascinante.
Lo último que le pregunté ¿si recordaba aquella obra que le propuso pintar con él?. Cuando lo internaron estaba pintando un cuadro y, en la clínica, le preguntó: ‘¿Te animás a terminarlo?’. Obviamente, la obra quedó inconclusa. Le propuse reencontrarse con la obra, prefirió que no. Intuyo que, en esa última conversación, Naná tuvo el reconocimiento por parte de él, como “artista”. Naná se emociona.
Regresamos a la cocina nuevamente, realmente impactados con tanta obra. Le pedí otro café italiano, pero prefirió brindar con espumante francés. Detalles. Estilo. Naná no improvisa nada.
Parada técnica, obligada y nos adentramos en otra de las plantas altas de la casa. Cuarto de huéspedes con obras de Rogelio. Se ve nueva, como si hubiese sido terminada ayer, pese a ser una de las piezas de los 60s.
Llegamos a su habitación. Se huele sexualidad a flor de piel. No le gustan los encasillamientos. Disfruta con total amplitud. Solo recuerdo su “colección de dildos de cerámica” exhibidos a primera vista. Me gustó el turquesa, bien llamativo. Esta colección es comentada por una art dealers en un evento social: no me hablan del Polesello del 67, me comenta: “¿viste la colección de dildos en su habitación?”.
En su voz, frases que me taladran: “Siempre fui ultra transgresora”, “La sexualidad me define”, “Puedo disfrutar tanto con hombres como con mujeres”, “Gallardo o Polesello, pero una vez que sos Naná, no hay vuelta atrás” afirma.
Me sentí intimidado. Necesito aire. así que subimos rápidamente al taller en la última planta y la terraza con piscina tipo edén privado. En el taller pudimos ver los próximos collages en los que esta trabajando. Fotografías de gran tamaño y recortes de fotografías propias que formaran parte de otra de sus obras. Todo esto convive con piezas de marfil: un cristo jesuita y dragones chinos originales.
Y pese a todo esto, sin embargo, Naná no vive del pasado. Trabaja activamente en preservar el archivo de Rogelio, pero también impulsa su obra.
Naná es artista. Durante la pandemia inició una serie fotográfica autorreferencial. La investigación en sus procesos evidencia que la cámara le sirvió como medio y sostén para transitar ese período. Reflejos, transparencias, capas y veladuras. Rostros que se funden en la materia. Duplicidad y espejo. Identidad y abstracción. Melancolía y deseo. Texturas emocionales. Sus retratos, intervenidos digitalmente, rozan lo pictórico. Memoria y acto creativo. Experiencia personal devenida en una exploración universal.
Las obras oscilan entre lo reconocible y la transformación hacia lo abstracto, patrones geométricos y otros elementos. El misterio siempre presente en cada pieza. El alto contraste entre el fondo oscuro con el rostro claro y el uso de las diferentes texturas, generan una profundidad táctil. La angustiante búsqueda de la propia imagen en un reflejo espontáneo nos devuelve una nueva imagen fragmentada como metáfora de un recuerdo imperfecto.
En la última edición de Pinta Baphoto la galería LYV presentó las obras que realizó. Su serie es testimonio de un tránsito emocional. Ciclo detenido, vivido entre incertidumbre y soledad. Repertorio de posibles momentos límite, los que ofrecieron revelaciones ulteriores. Tomas directas en los reflejos de las aberturas de su casa y objetivos auto referenciales muestran los colores originales y las materialidades presentes en su entorno, las que luego trabajó con una sucesión de procesos digitales que las redefinieron, sin alteraciones en la originalidad de los registros. Sus retratos terminan siendo figuras geodésicas, como estructuras de cristal fragmentado, en la misma paleta de colores de sus fotos. Incluso aparecen estructuras celulares.
Y en casi todos, su firma: sus labios rojos.
La identifican más los collages digitales y los manuales, pero solo con sus propias fotografías. Le gustaría que sus obras, sean una fuente de inspiración…Para otros, transitar un infinito camino de libertad …Su reto es dejar lo mejor de ella en sus obras.
Hay algo ahí que me conmueve. Porque sé lo que es intentar descubrirte en tu reflejo y no reconocerte. Y tener que volver a inventarte desde el arte.
Hoy 6 de julio, justo termino de escribir la crónica, paradójicamente el día que un infarto de miocardio terminó con la vida de Polesello, en su ciudad natal, Buenos Aires, pero el 6 de julio de 2014.
Y pronto, el 16 de julio de 2025, se inaugura una muestra en el Centro Cultural Borges en homenaje a Polesello, invitados por Alberto Negrín, con curaduría de Santiago Villanueva. Sus obras, siguen siendo joven y moderna, como él.
Y ella será quien la active, quien la encarne, quien reciba, quien la reviva. Porque si algo quedó claro, es que Naná no está a la sombra de nadie. Ella también, hace luz.
La visité para escribir sobre un hombre, y terminé escribiendo sobre una mujer. En ese derrotero entendí algo: que a veces los legados más potentes no están en las obras ni en los premios, sino en las personas que saben sostenerlos… y transformarlos.
Y Naná lo hace con estilo propio, con humor viral –acompañenon-, con memoria afectiva, con melancolía contenida, con piel erizada, con fuego interior.
Todo hoy, le es propio. Como ese resplandor íntimo que no necesita permiso para brillar.
Esta no es una crónica más, es también un acto de justicia poética para Naná, con acento en la última a.
Gastón Fournier. Julio 2025