Por Candelaria Penido. IG: @candepenido
Visitamos “El Canon Billiken“, la muestra individual de Franco Fasoli en Quimera Galería.
Todo aquello que vemos se incorpora en nuestra memoria y forma de comprender el mundo. Qué pasa entonces con esa historia nacional, con ese canon aprendido a través de imágenes que se nos presentaron como ciertas y absolutas cuando alguien viene a cuestionarla. El Canon Billiken, la muestra individual de Franco Fasoli en Quimera Galería, no solo la cuestiona sino que la retoma, resignifica y recrea.
Su proyecto, expuesto hasta fines de junio en la galería de Palermo, retrata escenas históricas sucedidas en el país, que por decisiones arbitrarias, no habían tenido su correlato visual en imágenes. Estas no aplicaban según el paladar academicista diseñado por las principales instituciones museográficas del país a finales del siglo XIX. “Me gusta pensar que existe un canon instintivo, que nos enseñó a mirar pintura involuntariamente, producto de la insistencia con la que las imágenes patrias se colaron en nuestra cotidianeidad”, explica Joaquín Barrera, el curador de la muestra.
Es así que Fasoli convirtió Quimera en un pequeño museo. Su gran sala blanca, ahora se encuentra subdividida en distintas salitas, con piso alfombrado en rojo y paredes rosas. Cada pieza expuesta lleva su respectiva información (título, autor, materiales, año) a su costado.
Esta selección de 30 obras presenta diversas miradas, materialidades, tratamientos, formatos y soportes. No solo se encuentra expuesto el trabajo de Fasoli sino que en el marco de Obras Amigas —el proyecto en donde un artista de la galería pone en diálogo su producción artística con la de otros artistas de distintas generaciones y poéticas buscando vínculos inexplorados y construyendo nuevos relatos—, se pueden apreciar creaciones de Adriana Bustos, Alberto Passolini, Ariel Cusnir, Constanza Chiappini, Diego Figueroa, Damián Santa Cruz, Daniel Santoro, Fátima Pecci Carou, Jesu Antuña, Luis Pazos, Martín Kazanietz, Laura Códega, Laura Ojeda Bar, Ricardo Carpani y Tobías Dirty.
El vínculo entras las diferentes piezas no solo sucede alrededor de lo temático (la argentinidad, lo nacional y patrio), sino que el humor y el cinismo inundan las salas. Un mate cosido, una cabeza cosida, una bandera Argentina en telar intervenida con el logo de Chevrolet, una Evita convertida en Sailormoon, una cautiva que es cautivo y su captor mujer, una Medusa por Buenos Aires y un Adorni o dos Caputos en óleo reconocibles pero alterados/deformados como si estuviesen bajo un filtro de Instagram. Personajes, elementos, símbolos propios de nuestro imaginario nacional —histórico y actual—, bajo tintes irónicos se ocupan de “resignificar la construcción sociopolítica de lo nacional”, dice Barrera en el texto curatorial.
“En esta exposición decidimos poner en diálogo un pequeño recorte de obras de artistas que han producido en el país durante los últimos 50 años fusionadas alrededor de núcleos porosos, abiertos y con límites flexibles”.
Joaquín Barrera, curador de la muestra
Dentro del recorrido, es a través del arte contemporáneo argentino que se iluminan 200 años de historia. En él, los trabajos de Fasoli desbordan movimiento, tensionan con sus colores y contrastes y sorprenden con elementos surrealistas: una cabeza encerrada en una jaula de pájaro y un soldado mujer a punto de morir apuñalado. El asombro y la diversión se vuelven las sensaciones reinantes de la experiencia.