Por Sofía Albanese. IG: @sof__albanese
¿Qué secretos subyacen en la narrativa cinematográfica de David Lynch? Nos proponemos ahondar en la mente de uno del mayor exponente del neo-noir y quien supo contribuir en el revival más significativo del surrealismo dentro del séptimo arte gracias a una curiosidad y personalidad incomparables.
Diez años atrás, husmeando en los confines de la res social Tumblr, fui a dar con una peculiar fotografía: se trataba de un hombre sentado en compañía de varios peluches del pájaro carpintero. Una atmosfera atrapante envolvía la sonrisa de aquel sujeto hasta entonces desconocido. Explicaba perspicazmente que había encontrado a esas extrañas criaturas al costado de la ruta y al igual que un designio divino debía de levantarlas del gélido olvido de un desierto americano y llevárselas a su casa. Sin embargo, la estadía de esta peluda pandilla duraría poco: tiempo después, relataba con melancolía, se separaron por diferencias artísticas. Esta risoria anécdota me introdujo un paraje colmado de salvajes espejismos: el cine del incomparable David Lynch.
La franqueza de su carácter sembró en mi mente el inmaculado germen de la admiración, esperable de una joven cinéfila fanática de ISAT. A partir de ese momento no tuve otra opción: una gélida zambullida de cabeza en la filmografía de este excéntrico autor. El viaje daría inicio con Twin peaks, seguido de Mulholland Drive y muchos otros éxitos como Blue Velvet. Sería injusto elegir entre estas producciones y honrar solo a una: sentiría que traiciono un juramento entre él y yo; como el de un padre que no puede elegir un hijo favorito ya que la inmensidad de aquel amor se encuentra disperso en más de un lugar a la vez. Por lo tanto, deseo ahondar en un aspecto más relegado del mundo surrealista que Lynch supo construir y centrarme en su metodología a la hora de dirigir (y de vivir).
Una primera etapa de su carrera se centró en las artes visuales: comenzó a estudiar en la Pennsylvania Academy of Fine Arts. No obstante, aquella praxis no satisfacía del todo su ansia por experimentar. La contemplación pausada de una ventana del edificio de su facultad lo llevó a exclamar que deseaba crear un cuadro capaz de moverse. Fue así como decidió pasarse al mundo cinematográfico. Su primera lección sería ni más ni menos que seguir a la intuición, algo que expresaría en su libro Atrapando al gran pez: meditación, conciencia y creatividad.
En su etapa inicial en el mundo del cine, comenzaría a utilizar el sonido como un vehículo para intensificar la relación entre los sucesos inconexos y valiéndose de este como un catalizador que permitiese el acceso al inconsciente. Sería en este período en el cual, a pesar de un escaso presupuesto y una voraz crítica, lograría realizar su primer éxito: Eraserhead. Recordado por la ominosa presencia de aquella perturbadora criaturita, se volvería una de las obras favoritas de Kubrick. Cierta intencionalidad dadaísta podría identificarse en este momento de su carrera: lo lúdico como un eterno retorno a la añoranza por la infancia, lo siniestro y ese proceder como el motor para abrazar lo inexplicable.
Posteriormente, tras el complejo escenario producido por el fracaso de Dune (1984), optaría por producir otra de sus obras más recordadas y abrazadas por el público: la incomparable Blue Velvet (1986). El argumento de este largometraje se centra en una femme fatale de una idílica ciudad americana que ocultaba más de un secreto. El crimen, el trauma y el pasado serían elementos que comenzarían a vislumbrarse los elementos necesarios para conformar el cine de autor con un sello característico. De esta forma, afianzaría su visión y entraría plenamente en una etapa surrealista con toques de neonoir.
Llegados los noventas, Twin peaks (1991) asentaría las bases del estilo por el cual sería reconocido a través del tiempo. Valiéndose de estéticas y metodologías plenamente surrealistas, retornaría el tópico del policial pero esta vez el formato seriado le permitiría ahondar aun más en la piscología de los personajes. Más de una obra de Magritte parece emerger en distintos planos a lo largo de la serie: desde paisajes oníricos hasta escenarios liminales, los sueños se volverían un motivo recurrente que involucraría al detective Cooper interpretado por Kyle McLaclhan. Joviales y cómicos momentos serían interrumpidos por situaciones colmadas de tensión. Tal es el caso de la icónica canción titulada Laura Palmer´s theme compuesta por Angelo Badalamenti, colaborador de confianza del director, la cual se volvería uno de los elementos más destacables de la serie para generar tales contrastes. Esta instancia musical ejemplificaría su manera de acceder a la esperanza y al trauma subyacente; y de esta forma apelar emocionalmente a la audiencia como en un trance en el cual los recuerdos son un tanto difusos.
Mulholland drive (2001) sería el claro ejemplo de un estilo maduro, metódico y consolidado. Mediante una técnica de su autoría, Lynch elaboraría una lista de escenas capturadas en 70 tarjetas y al igual que una baraja de naipes las mezclaría para obtener combinaciones al azar. El esporádico resultado daría secuencias sumamente atrapantes: Betty y Rita contemplando una macabra escena en el club silencio mientras la música continúa. En esta instancia, mediante guiños al cine clásico, nutriría a la trama: homenajes a Sunset Boulevard (1960), Vértigo (1958) y Gilda (1946) serian acoplados bajo lo que Mabel Tassara define como patchwork. Al igual que esta icónica pieza textil de origen colonial norteamericano, acobija lo siniestro. Por lo tanto, aquel tramado configura complejidades que ocultan a las dinámicas de poder entre los personajes y su entorno en relación al sueño americano y su declive con la llegada del neoliberalismo. La cita se vuelve una superposición planificada de diversos motivos dramáticos, como si se tratase de un collage surrealista como los creados por Man Ray o una sobreexposición de Annemarie Heinrich.
Sin lugar a dudas, el legado de Lynch es tan vasto como lo fue su ingenio. Al final de su vida devino en la concepción de un nuevo enfoque: la meditación como el instrumento para atrapar a las ideas con mayor potencial. Como artista y director de cine se propuso reunir en un libro su metodología del mindfulness para permitirle a acceder a las nuevas generaciones a estos saberes cruciales para su praxis personal. “Las buenas ideas son como grandes peces, residen en el fondo de la mente y que buscarlas en lo profundo”, dijo Lynch. No hay conclusión tan certera como la de un creador que supo ahondar en los confines de su psiquis para obsequiarnos en cada film una fracción de aquel basto y surreal mundo interior.