Por Candelaria Penido. IG: @candepenido
Esta pieza, reestrenada en el marco de la celebración de los 70 años del Teatro Payró, presenta la historia de un hombre que recorre una serie de recuerdos que marcaron su vida.
Hace unos días que vengo rodeada de moscas. En su mayoría, moscas literarias o moscas personajes de historias.
Entre ellas se encuentran las de Inés, protagonista del último libro de Claudia Piñeiro El tiempo de las moscas, la de Marguerite Duras en Escribir y la del reestreno de la obra de Eduardo Tato Pavlovsky, La muerte de Marguerite Duras en el Teatro Payró (San Martín 766).
En esta última, la mosca funciona como un elemento de intertextualidad con la pieza de la escritora francesa, a la vez que nos acerca a los temas centrales de la representación: la muerte, la soledad, el miedo, el dolor y el paso del tiempo. Esta pieza, reestrenada en el marco de la celebración de los 70 años del Teatro Payró, presenta la historia de un hombre que recorre una serie de recuerdos que marcaron su vida. Nos expone ante las cicatrices que estos le dejaron, a medida que aparecen y desaparecen personajes incorpóreos, que solo viven en la nostalgia de un tiempo pasado y que el público debe imaginar. Fantasías, ilusiones, sueños que se interconectan por medio de la nostalgia.
Lo primero que llama la atención de la obra dirigida y actuada por Leonel Vallejo y Julio O’Byrne son el(/¿los?) personajes. Un protagonistas, dos actores que lo representan. Existe un desdoblamiento, en donde distintas facetas son representadas por distintos actores que hasta interactúan entre ellos. Como espectadores de un diálogo interno, vamos atravesando momentos del pasado y así descubriendo sus características. El fisic du rol estereotipado, acompaña las dimensiones femeninas y masculinas de este personaje. “Tangible y poético, masculino y femenino, víctima y victimario, boxeador y actor, dos caras de una misma moneda: la vida de un hombre, contada a través de su dualidad y de los destellos de los personajes que lo marcaron” describen en el programa entregado en la función. Dos partes de un mismo ser.
El tratamiento escenográfico permite el desarrollo de la historia. El despojo que existe en escena habilita la sucesión de las diferentes imágenes. Un par de sillas, un perchero, un mueble que funciona como estantería y mesa a la vez y un gran proyector. Es este el que completa los espacios de las distintas experiencias por las que acompañamos al protagonista, ya sea Mar del Plata con sus playas repletas o la pared con su mosca moribunda a la que bautizan Marguerite Duras.
Al nombrarla, irremediablemente se intercalan los temas sobre los que Duras escribía. La angustia y el deseo de escapar de su soledad, el miedo a morir sin compañía, el no ser recordado, el registro explícito de una muerte. “¿Qué pasa con las muertes que nadie observa?, ¿qué pasa con las muertes que nadie escribe?, ¿es quien muere el protagonista de la muerte, o quien observa morir?, ¿una muerte pasaría inadvertida, se evaporaría, desaparecería, si no quedara para la posteridad el registro de quien va a morir?, ¿quién sabría hoy de la mosca que murió frente a la escritora francesa si ella no la hubiera escrito?” se cuestiona Inés en El tiempo de las moscas, en las últimas hojas de la novela de Piñeiro. Dudas existenciales que parecería que el protagonista de La muerte de Marguerite Duras sufre, por lo menos en la escena del hospital, donde le pide a Aristo, que se quede con él hasta el final.
La música e iluminación son otros dos elementos que ayudan al desarrollo de la función. El aspecto musical funciona principalmente, como el regente de las escenas, marcando su comienzo y su final. En el caso de la luz, por un lado colabora con sus apagones a delimitar las escenas; mientras que por el otro ayuda a la creación del clima. Como cuando tiñe a todos de rojo, mientras la violencia se expande y llega su clímax cuando el boxeador debe pegarle a una mujer o el verde que se filtra entre los laterales como si de verdad el protagonista estuviese corriendo entre matorrales.
El público no solo es espectador de los acontecimientos que se van recordando sino que funciona como ese interlocutor al que los actores se dirigen con sus diálogos en segunda persona.
En un principio, parecería que la narración dominaría en la representación, mas, es a medida que vamos avanzando en la obra, que la acción cada vez es más intensa y nos va conquistando hasta que ya somos parte de esa superposición aleatoria de momentos. Lo que hace que al llegar el final, nos quedemos con una duda: ¿cuál será el siguiente capítulo?
Ficha técnica:
Autor: Eduardo Tato Pavlovsky
Actuación y dirección: Leonel Vallejo y Julio O’Byrne
Música original: Pablo Luna
Vestuario y escenografía: Facundo Ariel Veiras
Fotografía: Nacho Lunadei
Diseño de luces: Miguel Madrid
Diseño gráfico: Nahuel Lamoglia
Prensa: Andrea Feiguin
Community Manager / Redes sociales: Pablo Lancone
Asistente en funciones: Santiago Berruti
Voz en off: Laura Olivier
Producción general: Leonel Vallejo y Julio O’Byrne
Gestión cultural: Tatiana D’Agate