Carmina Burana: entre el rito masón y el último rock de Ossy Osbourne.

Cultura, En Primera Persona, Música, Noticias, Recitales

Por Gastón Fournier — Art Curator & Artfluencer

Un viaje entre símbolos, música y misterio: una función de Carmina Burana en el templo masón de Buenos Aires conecta a Ozzy Osbourne, el arte ritual y la fascinación por lo oculto.

“O FORTUNA VELUT LUNA”

Si hay algo que desde chico me fascina —y a la vez me inquieta— es el misterio. Devoraba libros sobre logias, templarios, ocultismo y masones sin entender bien por qué, me atrapaban casi sin quererlo. Supongo que una vez más, la curiosidad, marcaba mi dirección.

El símbolo de la escuadra, el compás y el ojo me perseguía como una marca personal.

Corría el año 2008 (si mi memoria no falla) y un amigo – Javier Barbetta – que ya no está presente en este plano, pero si en nuestros recuerdos- me invitó a un crucero a Brasil por cuatro días, para luego terminar en Sao Paulo, ciudad que aún no conocía. Por ese entonces, joven y snob, firmaba yo mis mails solo con una “g.”

Fue la excusa perfecta para recorrer sus museos, sus calles y barrios descubriendo tesoros únicos de esa metrópolis autentica. Una tarde de sábado gris y muy húmeda -como esas que experimentaron aquellos que conocen la ciudad-, saliendo azarosamente de una exposición de orquídeas nativas, encuentro con una gran letra “G” dorada en la fachada de un templo, con frontis neoclásico tipo Partenón. Sin duda, allí identifique los símbolos masones: la escuadra y el compás, omnipresente.

Inocentemente, subí esa foto de perfil, como icono por la letra G, de mi nombre usada como avatar online. Esa misma imagen, desató un alud de mensajes: “¿A qué logia perteneces, hermano?”, “¿Sos parte de Cangallo?” Eran amigos, conocidos y hasta desconocidos de Mendoza, La Plata, Rosario, Tucumán y Córdoba (todas ciudades masonas). Lo que parecía un juego simbólico abría, sin quererlo, una puerta a lo oculto.

Nombres reconocidos y otros que no, fueron consultando. ¡Y para mi sorpresa, yo no tenía idea!

Hasta en una novela, allá por los 2000s, Leonor Benedetto, caracterizaba a la Gran Maestre de una logia femenina encubierta—una especie de orden secreta con sus propios rituales, jerarquías y códigos-, del pueblo ficticio de La Cruz: Amanda Pastorino de Jauregui.

Varios sabrán a que hago mención. ¡Exacto! “Padre Coraje” (emitida por Canal 13 en 2004). “La Benedetto” interpretaba un personaje complejo, sofisticado y cargado de simbolismo. Su presencia, su forma de hablar, su vestuario y especialmente la escenografía que la rodeaba (con cruces, vitrales, geometría, luces y sombras) alimentaban esa lectura esotérica y casi masónica. La actuación de Benedetto, intensa, enigmática y a veces perturbadora, convirtió al personaje en un ícono de misterio y poder femenino oculto.

Juro que todo tiene que ver con todo… continuo.

Como les decía, mi curiosidad –eso-  me llevó a interiorizarme sobre la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones en 1857 y el templo de ex calle Cangallo.

PALACIO CANGALLO: entre símbolos, silencio y luz

Palacio Cangallo alberga un templo masónico, una biblioteca histórica y el Gran Templo. Cada espacio está cargado de simbolismo, rituales y referencias ya que es la sede de la masonería en Buenos Aires. La arquitectura del Palacio fue proyectada por el ingeniero Carlos E. Pellegrini y finalizada por Francisco Tamburini, también autor del Teatro Colón.

El templo principal de la masonería argentina no es sólo un edificio monumental: es un universo simbólico encapsulado en mármol, terciopelo, geometría y secreto. Su fachada neoclásica con reminiscencias griegas (frontal triangular, columnas corintias) remite deliberadamente a los templos de la sabiduría antigua, y ya desde la vereda, quien observa puede intuir que se está frente a algo más que un edificio institucional.

Inaugurado a fines del siglo XIX, ha sido sede de rituales, iniciaciones, asambleas, y recepciones de visitantes ilustres. Pero para el ojo no iniciado, todo se oculta bajo discretos signos. Desde el cambio de nombre de la calle (de “Cangallo” a “Perón”), hasta el uso limitado del edificio por parte del público en general, todo parece sugerir que aquí las cosas suceden en otra frecuencia.

El Palacio Cangallo se reveló ante mí como un libro mudo: balcón ascendente, símbolo solar, ojo, escuadra, compás, estrellas. Todo respiraba una arquitectura ritual.

El interior está dominado por una sala rectangular ceremonial, con un altar central, un piso en damero blanco y negro (símbolo de la dualidad y el equilibrio), columnas J y B (referencia al Templo de Salomón), y en su cúpula, un cielo estrellado que representa el cosmos, la infinitud del saber y la aspiración del iniciado. El ojo que todo lo ve, la escuadra y el compás, el sol y la luna, la estrella flamígera y un mural central que representa la «Energía Universal», obra del artista Enrique Fabris. Cada rincón, cada objeto, no está allí por azar.

A pesar de ser algo privado y sólo para miembros, este templo, que suele abrirse sólo en ocasiones especiales como La Noche de los Museos, guarda en sus salones los ecos de personajes históricos que fueron parte de la masonería argentina: Mitre, Yrigoyen, Palacios, Sarmiento, Belgrano, San Martín, entre muchos otros, todos ellos masones. Como dice una frase escrita en uno de sus salones: “Aquí se enseña a morir para renacer.”

La Masonería es una sociedad civil, dedicada al perfeccionamiento moral e intelectual de las personas. La Institución se apoya en los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad, y su lema es Ciencia, Justicia, Trabajo. Es una sociedad filantrópica, filosófica y progresista. Velan por aportar una mirada más equitativa, más justa y más inclusiva. Trabajan por la utopía de la fraternidad universal. Esa utopía es su horizonte y confían en que algún día sea la realidad.

Para quien no lo sabe, una logia es un espacio donde se busca la iluminación espiritual a través del conocimiento, el arte, el símbolo. No es una secta ni un club social. Es una escuela de pensamiento simbólico y ético. El compás mide los límites del deseo. La escuadra ordena la moral. El cincel y el martillo tallan el alma.

Pasaron los años y, por agendas o distracciones, nunca había podido ingresar. Hasta que apareció la excusa perfecta: en julio de 2025, la Compañía Clásica del Sur presentaría Carmina Burana de Carl Orff, dentro del templo. Cuatro funciones únicas, entre columnas y el silencio expectante del público iniciado (y profano). Ahí estaba yo, con una ansiedad febril, a punto de entrar por primera vez en el corazón masón de Buenos Aires.

CARMINA BURANA: ¿Advertencia divina o mensaje satánico?

Con esa pregunta comenzaba la gacetilla de prensa, que llegó a través Edgardo Slusarczuk, encargado de prensa y difusión, de la compañía.

Carmina Burana es una obra con historia controversial. Es una cantata con representación escénica opcional, escrita entre 1935 y 1936 a partir de una colección de 22 poemas goliardos medievales, de monjes benedictinos del siglo XII, que se fugaron de un convento de Beuera (Alemania) para desnudarse en público, frecuentar prostíbulos y robar comida.

Celebra la fugacidad de la fortuna, la naturaleza, el amor libre, la pasión y el placer, la carne, el vino, el azar y el engaño.  Fue compuesta para dos coros, tres cantantes solistas (soprano, tenor y barítono) y orquesta sinfónica.

Polémica y monumental, prohibida y amada, del templo a los teatros y la publicidad, la obra sinfónico coral más representada y pedida por el público, que cautivó a Luc Besson musicalizando “Juana de Arco” (1999) y “El profesional” y a Oliver Stone en su película “The Doors” (1991).  Utilizada en películas como “Excalibur” (1981), en shows de “Ozzy Osbourne” -quien durante muchos años utilizó la obra de Orff como banda sonora de la apertura de sus shows, uniendo el universo sinfónico coral con el del rock- musicalizando, por última vez, su aparición en el escenario. También la banda francesa “Era” estableció ese puente en su álbum a través de un arreglo no carente de audacia.  

Tampoco es casual su presencia en bandas sonoras de innumerables escenas de batallas cinematográficas épicas, comerciales de café, distintas bebidas y perfumes; de algún que otro éxito bailable; e incluso ha inspirado un meme sobre letras mal escuchadas.

Como para mis doce años de edad -y para los aquellos contemporáneos- una publicidad de una obra de teatro inmersiva “Tamara”, también musicalizaba dramáticamente la difusión del espectáculo, que claramente por mi corta edad, no llegue a ver.

Una obra cumbre que superó los dardos de la “crítica especializada” y los fantasmas del nazismo. Es una de las pocas piezas de concierto clásicas del siglo XX que se puede asegurar que ha logrado arraigo en la cultura popular.

***

Edgardo, nos convocó. Y no defraudó.


Esa noche nadie sabría (hasta hoy) que, se daría concreción a uno de mis grandes sueños:  adentrarme en el templo masón más importante de Buenos Aires… aquel que tanto había leído y escuchado en relatos.

En un lugar privilegiado, casi inmersos en la orquesta, fuimos viendo llegar a cada uno de los participantes del coro, los músicos, pianistas y organizadores del concierto.

Estaba casi todo listo, la tensión se sentía, antes de empezar… y la ansiedad de todos los presentes, se hacía notar. Casi a última instancia, llegó el coro de niños con doce participantes, al balcón del primer piso: “los ángeles” estaban demorados ese día.

El sol, la luna, la G central, el ojo “que todo lo ve” como marco. Y en la oscuridad, el anfitrión de la casa -junto con dos escoltas con antorchas-, comenzó el acto ceremonial con tres golpes de cincel y martillo sobre un adoquín que marcó el inicio del rito —y el aire se enrareció de una teatralidad ancestral.

El maestro César Tello. Él, un canchero, hombre deconstruido vestido con levita, uñas negras y anillos dignos de un ritual pagano (más cerca de Ozzy que del conservatorio) dio la señal, levantando su “batuta”.

Entonces, la apertura legendaria. “O Fortuna” estalló en el recinto como un conjuro: las voces del coro, junto con la orquesta, invadieron el espacio y lo transformaron.

El eco en las paredes del templo no era solo acústico: era espiritual. Acompañaban las voces de Eugenia Coronel Bugnon, Bruno Sciaini, Miguel Alberto Balea.

Las siete secciones —Primavera, En el Bosque, En el Bar, La Corte del Amor, Blancaflor y Helena— se sucedieron como un viaje. Tejieron un crescendo emocional que mezcló la furia, la belleza y el misterio. En la taberna, uno podía imaginar los placeres del vino y la carne. En el amor, el deseo como ofrenda. Y al final, otra vez, O Fortuna. Un círculo perfecto. Un mantra de fin y comienzo.

El templo se convirtió en instrumento ritual: la luz, los acordes, los símbolos celestes provocaban una introspección colectiva, como si todos estuviésemos iniciando una ceremonia secreta.

Paradójicamente – y una vez más – conectado con lo que sucede, aquel 19 de julio, todo se volvió alegoría premonitoria. Ozzy Osbourne, el “Príncipe de las Tinieblas”, como lo llamaban sus fans— sería despedido el 30 de julio, días después en Birmingham, con un cortejo fúnebre que recorrería los lugares más emblemáticos de su ciudad natal, entre rosas negras y riffs. Y nosotros –sin saberlo- en el Palacio Cangallo, asistíamos a una misa pagana sin dioses, pero con belleza de despedida sentida.

Justamente el legendario Ozzy, falleció tres días después de la primera función: el 22 de julio. Su muerte, anunciada por los medios como una despedida casi pactada con lo oculto, reforzó el eco esotérico de esa noche.

A principios del año siguiente será el estreno del filme Back to The Begginig: Ozzy’s Final Bow, se tratará de un largometraje documental de 100 minutos y hará un recorrido por los momentos más relevantes del encuentro de la banda británica con su público a 57 años de su nacimiento. Además de tener un gran peso como evento cultural por la relevancia de las figuras que participaron, el evento obtuvo un récord por ser la transmisión en vivo más vista de la historia.

¿Fue arte o fue rito? ¿Acaso todo arte verdadero no lo es? Lo cierto, es que salimos de aquel templo, testigo de secretos y sinfonías, distintos. Transformados. Como si una escuadra invisible hubiese enderezado el alma. Y una G luminosa —como la de aquella fachada lejana— continúe guiándonos en silencio.


¿Qué une a Carmina Burana, Ozzy y la logia de Cangallo? La fascinación por los símbolos—el poder de lo ritual como transmisión estética y emocional. En la masónica sala, O Fortuna no fue solo una pieza: fue un espejo donde lo humano, lo divino y lo profano convergieron misteriosamente. Porque hay símbolos que no necesitan explicación, solo experiencia.

¿Quién dice que la magia no existe?

Gastón Fournier

Julio 2025

Sobre la compañía Clásica del Sur

Creada en 2014, la Compañía Artística Clásica del Sur se enfoca en la realización de actividades culturales y sociales que desarrollen, promuevan, incentiven, refuercen y difundan la actividad lírica y las artes en la Argentina, América y el mundo, fomentando la inserción de jóvenes estudiantes a la actividad profesional de la música y dando la posibilidad a nuevas promesas del género.

La compañía está integrada por un elenco estable de cantantes de ópera profesionales y de especialistas en producción escénica que impulsan proyectos de calidad, al mismo tiempo que hacen eje en la transmisión de valores, ideas, informaciones y un mensaje, y en el estímulo de las facultades intelectuales, estéticas y emocionales de los individuos, que representan un elemento central a los fines de un desarrollo integral del ser.

El objetivo es producir espectáculos accesibles que logren atraer a un público de amplio rango de orígenes sociales, condiciones económicas y edades, a través de una forma de contacto divertida e informando con la ópera, la música clásica y las artes en general.

La ópera es mucho más que una obra musical, es la obra de arte total, este arte por su destreza y creatividad hace de este género musical una potente herramienta de aprendizaje colaborativo para todos los que participan de ella.

Clásica del Sur es una compañía que realiza un trabajo coherente y original en el desarrollo de sus producciones de ópera y eventos culturales, teniendo en miras el bien común de la sociedad e involucrando a cientos de personas, entre cantantes, instrumentistas, directores musicales y de escena, escenógrafos, técnicos, iluminadores, vestuaristas, maquilladores, peluqueros, asistentes, fotógrafos, montajistas, etc.

De este modo, el proyecto no sólo transmite arte y cultura, sino también todos los valores, principios y habilidades propias del trabajo en equipo, y el liderazgo.

Para esta temporada 2025, la compañía artística, tienen armada su agenda para agosto con una original propuesta de Te Concert, una experiencia con la mejor música acompañada de exquisiteces para de disfrutar de un rico té: sábado 9 de agosto “Rigoletto Moments”, sábado 16 de agosto “La mejor música de películas”. En septiembre “Requiem” (de G. verdi), en iglesias de la ciudad de Buenos Aires y San Isidro. En Octubre y Noviembre “La Flauta Mágica” (de W. Mozart) en teatros de la ciudad de Buenos Aires.

Clásica del Sur, también puede ser contratada para eventos privados, como musicalización de cumpleaños, bodas y eventos en general, con cuarteto de cuerdas, orquesta, coros y cantantes. Con repertorios de lo más variados: música clásica, ópera, pop, jazz, comedia musical, tango. También para giras por el interior del país.

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📌 Glosario simbólico para lectores:

Una logia masónica es una asociación con rituales simbólicos cuya finalidad es el autoconocimiento y el perfeccionamiento colectivo. Los símbolos más comunes son:

•             Escuadra y compás: representan dualidad ética y equilibrio (la mente y el corazón).

•             El ojo que todo lo ve: vigilancia moral y energía universal.

•             Sol, luna y estrellas: ciclos, transformación, unión entre macro y microcosmos.

El templo de calle Cangallo es uno de los más emblemáticos de Buenos Aires, declarado a menudo sede ritual y arquitectónica.

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