Hay cosas que se dan por sentado hasta que una situación externa propone un freno. Lugar que ocupa Fola con su exposición El Fantasma de la Libertad: fotografía y encierro.
“¡Muera la libertad!” abren los gritos de los condenados a muerte por las tropas napoleónicas de ocupación en España en la primera escena de la película de Bruñel, que lleva el mismo nombre que la muestra. Gritos que entre las paredes blancas y marcos negros de Fola se escuchan a lo lejos. Cada paso en este inquietante recorrido propone un freno e invita a reflexionar sobre la condición de libertad, que no siempre es la manifestación lógica en la vida por excelencia.
Al igual que en la película, el visitante de la exposición atraviesa distintas historias cuyas secuencias se encadenan de forma circular. Todas, en este caso, encuentran su punto de unión en el encierro. Tema que llama por su valor incuestionable y como excusa, para reunir los trabajos de 17 fotógrafos. El Fantasma de la Libertad: fotografía y encierro está montada en bloques o series, ordenadas cada cual en distintas paredes. A cada artista se le otorga una. “Lo cierto es que muchos artistas han registrado las condiciones de hospitales psiquiátricos, cárceles, hogares de ancianos y otros espacios de cuidado y control, dejando testimonio de una cotidianidad diferente a la que estamos acostumbrados”, dice Rodrigo Alonso, en el texto curatorial.
Distintas perspectivas del encierro van apareciendo con las obras y enfoques elegidos. Se pueden agrupar según el momento en que fueron tomadas. Por un lado, el hablar de un apartamiento gracias al sistema social, por otro, de una marginalidad producto del sistema económico. La privación de la libertad es presentada desde distintos ángulos. En algunos casos dados por la mano del Estado, en otros, debido a lazos afectivos, a la desigualdad, o la propia elección. Los registros testimoniales también varían según los casos. Brutales por momentos, más íntimos por otros.
Tristeza, soledad, desamparo y vacío. Sensaciones que van surgiendo con la acumulación de fotos en la retina y concluyen en ojos blancos muy abiertos. La fotografía como un dispositivo que permite, por un lado, agradecer nuestra libertad y por el otro, compadecer a quienes la han perdido. “Hay en ellas una mirada profundamente humana que nos interpela, que no admite la indiferencia”, asiente Alonso, dando en la clave de la muestra: la empatía.
Recorrido empático, recorrido fuerte. De ahí la emoción que despierta en el espectador el encontrar una sonrisa en la obra de Roberto Huarcaya. Estas son escasa, son profundas.
La exposición comienza con la obra de dos emblemas de la fotografía en el país, Sara Facio y Alicia D’Amico. En una vitrina de vidrio se encuentra Humanario, un libro con historia. Realizado en 1976, censurado por su prólogo de Julio Cortázar durante la dictadura y vuelto a circulación con la democracia, espera tranquilo que se lo observe. Son “fotografías comprometidas, aunque no excesivas”, dice Horacio Fernández en un texto, sobre el libro, reproducido en la pared. Estas fotos están, como la gran mayoría de la muestra, en blanco y negro. Estas se encuentran sobre un fondo negro, resaltando las miradas desconfiadas de sus protagonistas, internos de hospitales mentales argentinos. Son caras de desconcierto que dejan a su observador con la sensación de que se le oculta algo.
Son “las historias de hombres suspendidos en el tiempo” dice Jeremy Rubinstein. Cuyas fotos se destacan por su gran tamaño. Ocupando una de ellas toda una pared. Un gran ojo que observa y tensiona al visitante, parado en medio de un gran salón blanco, en silencio. Rodeados de personas encerradas. Un gran ojo que interpela y obliga a preguntarnos ¿estaremos nosotros también encerrados?
Las imágenes de Rubinstein también se destacan por su color, ya que son estas y las de Sebastián Friedman, las únicas que se alejan del blanco y negro. Las de este último, además se diferencian por la forma de su montaje y contenido. Son fotos de familias, personas comunes y corrientes en sus casas, encerradas, por decisión propia. Sonríen y posan tras las rejas que ellos colocaron y que el artista recortó y dejó colgando al revelarlas. Estas cinco fotografías cuelgan del techo y juegan con su sombra en la pared. Disrumpen y atraen en la atmósfera de seriedad que reina.
Los edificios también cuentan historias. Las obras de Gian Paolo Minelli, Marcela Astorga, Alfredo Srur, Pablo Cabado y Paula Lobariñas “desplazan el foco desde las personas hacia las arquitecturas de reclusión, espacios que se configuran como sitios de intensa proyección emocional y de múltiples evocaciones latentes”, comenta el curador. Lugares donde el vacío demanda y completa las secuencias.
Más de 80 fotografías completan la experiencia. Productos de la lente de Sara Facio, Alicia D’Amico, Eduardo Gil, Adriana Lestido, Ataúlfo Pérez Aznar, Alfredo Srur, Helen Zout, Tony Valdez, Gian Paolo Minelli, María Eugenia Cerutti, Roberto Huarcaya, Pablo Cabado, Sub. Cooperativa de fotógrafos, Marcela Astorga, Eduardo Longoni, Paula Lobariñas, Sebastián Friedman. Obras que iluminan rincones oscuros.
Más Información:
Dirección: Godoy Cruz 2626 1 Piso. Distrito Arcos, Palermo Buenos Aires, Argentina.
Horarios: Lunes a Domingo de 12 a 20hs (Miércoles cerrado)
Entrada general: $100
Lunes Entrada general: $50 – Estudiantes y Jubilados Sin cargo (no aplica para visitas guiadas y grupos)
Menores de 12 años: sin cargo acompañados de un mayor
Con tu teléfono celular Motorola entras sin cargo todos los días al museo
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por Candelaria Penido
IG: @mir.ar.te
mail: candelariapenido@hotmail.com