Por Candelaria Penido. IG: @candepenido
Monedas de peluche, pequeños ponis con orejas de hipopótamo y una provocadora boca de mujer, angelitos, teléfonos públicos y espejos que nos envían mensajes; es La fiesta del nuevo escándalo, la última exposición de Wosco Art Gallery (disponible hasta el 31 de marzo.)
Con los trabajos de seis artistas —Gerónimo Araquistain, Eugenia Llanez, Soledad González, Juan Manuel Sanabria, Ivana y Paula Woscoboinik—, el pop art dice presente con una muestra colectiva en las calles palermitanas y se dedica a jugar con el tiempo.
No solo destaca los orígenes del movimiento artístico sino que pone el foco en nuestra actualidad. Con un componente lúdico nos posiciona frente a imágenes conocidas como una invitación irónica a detener la vorágine cotidiana. Cuando hay pausa y vacío es que aparece la pregunta y por consiguiente, la reflexión.


El arte como forma de alterar nuestra forma de ver el mundo. “Los artistas de esta exposición retoman el pop como herramienta para explorar y transformar nuestra herencia cultural. En un mundo donde las líneas entre lo físico y lo virtual, lo personal y lo global, están cada vez más difusas, el pop sigue siendo un vehículo para interrogar las complejidades del presente” explica Nacho Ormachea el curador de la muestra.
El pop art es un movimiento artístico que rompe con lo solemne y da lugar a una crítica sobre el consumo y lo masivo a partir de la utilización de lo banal y popular. Es así que en La fiesta del nuevo escándalo las piezas de estos artísticas resignifican símbolos, cuestionan identidades y reflexionan sobre un tiempo marcado por la inmediatez, lo efímero y la hibridez cultural. “El pop es el lenguaje de nuestro tiempo, es el código de la época; y por eso es la herramienta más potente para comunicar un mensaje determinado” definió Araquistain, uno de los artistas que forman parte de la muestra.


El color nos guía. Este es uno de los protagonistas del recorrido —uno que parecería ser libre, mas condiciona por la disposición de las obras. De hecho hay tres de ellas que nos obligan a salir de la galería y posicionarnos en la vereda para poder apreciarlas—. Ya sea como sutil protagonistas en las fotografías de Eugenia Llanes, en donde a partir del registro de instantes cargados de emocionalidad logra abordar temas de identidad y temporalidad. O como disparadores en los trabajos —que combinan pintura y diseño— de Soledad González. En ellos el rol de la mujer se pone en jaque invitando a su reconfiguración. Para ello, González retoma mitos desde una mirada actual.
Otro de los artistas que retoma conceptos establecidos en el imaginario es Gerónimo Araquistain. A partir del diálogo crítico con el pasado, emprende un proceso de descolonización simbólica y nos acerca a ciertos íconos —como puede ser la Gioconda de Da Vinci, la lata de sopa Campbell´s de Warhol o la baraja Española— en peluche. Es a partir de su interpretación de estas imágenes y lo desconcertante del material que logra despojar a los símbolos de su carga hegemónica para transformarlos en objetos cotidianos. “El impacto que genera en el espectador el brillo del peluche y la desconexión entre el formato en el que están acostumbrados a verlo y las obras terminadas, hace que el mensaje que puede llegar a tener alguna obra logre unos segundos de atención extra en quienes los ven”, nos confió el artista.
En el caso de Juan Manuel Sanabria, nos encontramos frente a versiones caricaturizadas del hoy. Propone con sus creaciones —que se enmarcan dentro del nuevo movimiento de surrealismo pop y cubismo-digital— inquietantes mezclas. Las artistas y galeristas Ivana y Paula Woscoboinik presentan esculturas y objetos intervenidos en donde las jerarquías se cuestionan y los espejos atraen, no solo para vernos reflejados sino para invitarnos a un viaje personal.

A pesar de que cada uno de estos artistas maneja su propio lenguaje, materiales y enfoques, en las obras que componen la exposición prima el movimiento. Ya sea que se plantee desde su composición: plagada de curvas y diagonales; hasta dejarnos con la sensación de que sus personajes están a punto de moverse, como la ruleta hecha de espadas en No todo lo que brilla es oro de Araquistain.
Además, “a pesar de sus diferencias en el abordaje, comparten una sensibilidad común, explorar cómo habitamos este tiempo de cambio constante y qué papel juegan los símbolos en el marco de la construcción de nuestra propia identidad”, afirma el texto curatorial.