Maquetas del desgaste. Vestigios del deseo

En Primera Persona, Galerías, Noticias

Por Gastón Fournier – Curador de arte & Artfluencer

Primero quiero hablar de Galería Piedras. Piedras no es solo una galería. Piedras es un manifiesto.

Piedras es Piedras en calle Piedras, en Av. Rivadavia y es Piedras en calle Perú. Es Santiago Gasquet con traje de tela italiana y es cortando él mismo la cortina plástica de la próxima instalación. Es Rafael Beltrán Ortiz, siempre con un look vanguardista, que adelanta temporada y con mirada cálida. Y Piedras, es el deseo de hacer sin importar las limitaciones…

Piedras es Bienal de Venecia, es Art Basel Miami, es ARCO Madrid, es ArteBA Buenos Aires… y es bolsas de plásticos de supermercado componiendo un kimono gigante invadiendo la gran sala, por Teresa Giarcovich. Es Clara Esborraz. Es performance. Es roja, es blanca. Es los cajones de cerveza instalativos de Daniel Edwin Alva Torres. Piedras es minimalista y es exagerada, con las distorsiones y las obras de gran tamaño de Carrie Bencardino.

Y hoy, Piedras es azul. Azul profundo.

La sala principal alberga un gran cubo. Nos recibe una de sus caras, que funciona como pantalla de videoarte. Preámbulo de una “mamushka” de ficciones anidadas: una gran maqueta que contiene muchas otras mínimas.

Es una gran maqueta… como una maqueta que lo envuelve todo, donde podemos adentrarnos y ser voyagers de las propias maquetas de Liv.

Liv Schulman está de regreso. Esta es su tercera muestra en la galería y, con ella, vuelve el lenguaje como territorio. La palabra como escenografía. La voz como método paranoico de lectura política.

Es una artista argentina que vive y trabaja entre París y Buenos Aires. Su obra adopta la forma de ficciones documentales, series de televisión, lecturas performáticas y textos novelescos, caracterizados por un uso exhaustivo del lenguaje.

Trabaja entre lo audiovisual, lo poético, lo performático y lo plástico. Estas distintas formas de discurso funcionan como herramientas absurdas y disparatadas para una interpretación paranoica del mundo social, abordando el complejo papel de la subjetividad en el espacio político.

Lo de Liv Schulman es “Todo prestado”. En esta muestra, hace cine, sin cámara. No es solo audiovisual. Tampoco solo instalación. Ni solo escritura performática, ni aun poesía hecha film. Es todo. Y es, ante todo, un trabajo de capas. Capas de sentido, de tiempo, de ironía y de historia mal doblada. Liv descontextualiza espacios, aborda materiales de descarte o —descartables, muy ´90— para resignificar y recontar historias.

La artista vuelve a tensionar los bordes entre lo narrativo y lo escenográfico, lo doméstico y lo político, la palabra y su residuo. Lo hace a través de pequeñas escenografías miniaturizadas construidas a mano, textos en off y materiales reciclados con una estética de cartón, cinta y pegamento que remite al hacer descartable noventero, cuando todo se podía ensamblar con ganas, tijera y resistencia.

Estas maquetas, que parecen inocentes, contienen lo contrario: una poética de lo desechado. Son como cápsulas de memoria de lo no importante, de esos espacios desangelados donde ocurrieron cosas que ya nadie quiere contar. Hay cintas, alambres, papeles doblados, muebles chiquitos que remiten a departamentos precarios, oficinas en crisis, relatos de clase media periférica. Todo parece salido de una serie B filmada en el conurbano emocional de la memoria. Un mundo de cartón, que sostiene a toda una época.

Hay algo profundamente argentino en esa mirada. Un tono road movie del desencanto. Las miniaturas denotan horas de trabajo y de estudio sociotemporal, tal como describe el texto de sala de Santiago Villanueva.

Es imposible no pensar en Historias Mínimas, aquella película de Carlos Sorín (2002), que relataba vidas microscópicas en la inmensidad de la Patagonia. Insignificantes, pero con las emociones, abismales. Schulman trabaja algo similar, pero desde la distorsión: no cuenta historias mínimas, sino historias detenidas. Residuales. Escenas que parecieran no tener clímax, pero están cargadas de política emocional.

Como bien describe Santiago Villanueva en su texto de sala, Liv opera sobre los “vestigios de vidas moldeadas por los formatos consumistas de los 90s.” Y lo hace con la precisión de quien sabe que no hay nada más político que el detalle. Porque la maqueta no es solo un modelo: es una versión. Y toda versión es, también, una omisión.

Así, crisis económicas, neurosis colectivas, relatos íntimos y contextos sociopolíticos confluyen en su obra e invitan a una reflexión crítica sobre las dinámicas contemporáneas sirviéndose especialmente del humor y la ironía.


En un mercado del arte que muchas veces corre detrás del volumen, del trending topic o del statement urgente o del espectáculo del yo, Schulman elige otra cosa: ralentizar. Tomarse el tiempo de armar una mini ciudad de cartón para mostrar que, a veces, la única manera de hablar del presente es construirlo desde los restos.

Esta muestra —que parece hablarnos en voz baja— en realidad grita, pero con el tono de lo olvidado. De lo descartado, el residuo, la línea gris. De eso que parecía irrelevante y hoy vuelve como síntoma.

Lo que Liv logra —una vez más— es desarmar el dispositivo arte y recomponerlo con ironía, precisión y ternura. Y lo hace desde un lenguaje que no grita, pero se queda. Que no interpela con slogans, pero atraviesa con melancolía.

Su obra no busca épica. Busca fisuras. Su mirada no es moral, sino arqueológica. No viene a explicar, sino a encender preguntas incómodas. ¿Cómo se fabrica una vida? ¿Qué vestigios deja el sistema en la subjetividad? ¿Cómo narrar un trauma económico usando una maqueta y un guión leído con voz en off?

Y en esa elección, tal vez, esté su gesto más radical.

Y Piedras, la amplifica, como siempre: desde el deseo, desde el riesgo, desde el amor a una escena que, aunque se esté transformando, sigue siendo necesaria.

En tiempos de gritos, esta muestra susurra.

Y ese susurro —como toda buena miniatura— nos obliga a acercarnos.

Gastón Fournier
Mayo 2025

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