Por Gastón Fournier — Art Curator & Artfluencer
Entre bisturíes y bastidores el cirujano que colecciona arte contemporáneo.
Cirujano plástico preciso, coleccionista intuitivo, ariano compulsivo. Con un vasto acervo, Esteban Tedesco es uno de los coleccionistas más singulares de Argentina. Hoy, elige el hermetismo, su nueva criatura, en Barracas, en el Central Park (complejo de oficinas, depósitos y atelier de artistas), late como un museo íntimo y privado que se renueva cada tres meses.
Aún en continuo montaje, en su nuevo espacio, conviven Nicola Costantino, Villar Rojas, Ana Gallardo, Marta Minujín y un gabinete sórdido que describe como si fuera la Venus de Milo. Visitamos su espacio en pleno armado: un quirófano del exceso, con humor quirúrgico y cero solemnidades.


Operación mayor
Para entrar a su espacio en Barracas no es sencillo: hay que atravesar camiones, oficinas, un puente que une naves industriales y finalmente un montacargas que parece no terminar nunca. Nada anuncia lo que aguarda al final del recorrido: un depósito fabril que devino en museo/colección privado. En estado de transformación constante, mutación, como una criatura en gestación. Hace nueve meses (a la publicación de la nota cumple un año) que Esteban Tedesco lo arma junto a Maximiliano Ocampo Salinas, quien está a cargo de la gestión de la colección y curaduría azarosa del espacio. Todavía siguen llegando obras, cajas, instalaciones. Está armando allí lo que será —o tal vez nunca termine de ser— su santuario privado.
Su colección se extiende a sus departamentos de Recoleta y Barrio Norte y a su Art Studio en La Boca. Este último es punto de encuentro con jóvenes prometedores y artistas consagrados.

Sus casas son maximalistas, atiborradas de arte. Pablo Siquier, Karina El Azem, algunos de los nombres que recuerdo. Funcionan a modo de archivo vivo y entorno cuidado, donde cada obra convive con su entorno doméstico según criterios estéticos y de armonía visual. Tedesco exhibe su colección con una lógica rotativa, van cambiando obra constantemente, colgando nuevas, olvidadas, preferidas, solamente otras y se renueva permanentemente.
Su pasión no es decorativa, sino ética: entiende el coleccionismo como un compromiso con el arte. Dedica recursos y privilegia obras con carga simbólica, al menos para él, que es quien compra.
En Barracas, está logrando por primera vez, agrupar su mayor cantidad de obras en un solo recinto propio.
Tedesco colecciona arte como quien abre cajas después de una mudanza: con la sorpresa de lo que aparece y el deseo de volver a ponerlo en juego. Abre una caja, no recuerda qué había guardado. Sonríe: “no hay nada, ni idea qué había”. Revisa más cajas, encuentra piezas olvidadas, se sorprende de no recordar qué había en ellas. Pero si, puede recitar con precisión la genealogía múltiple de una obra de su amiga Ana Gallardo que aún no enmarcó, porque “sale caro” hacerlo.


Tiempo después a la visita, conocería a una ex archivista de su colección, que me cuenta, que sabe todo lo que tiene. Que tiene idea de todo, de donde esta cada cosa, a quien prestó y quien tiene que devolverle y cuando cada obra. Pero mi experiencia fue otra.
El contraste es parte de su personaje: cirujano de precisión extrema, coleccionista despreocupado, amiguero, comprador por impulso.
En la etapa de preproducción de la nota, Esteban me dice en un audio, que nunca hace este tipo de entrevistas. Siempre trato de ir preparado y habiendo “investigado un poco” al menos, al entrevistado… y había muchas notas sobre su colección… Al ingresar, le digo… “Este buen hombre me mintioooó, no hace entrevistas y había publicadas más de 10 en varios periódicos de primera línea desde hace más de 10 años”.
Esteban se rió y se relajó, sabe cómo y con quién abrirse… y ser genuino, como quien entrega su cuerpo a un bisturí.
Lo conocimos en un evento de UnGallery junto a los Amigos del Moderno todavía bajo el mando de Inés Etchebarne. Ese día nos diagnosticó con una broma: “Esas canas de ustedes no son de jóvenes del Moderno”, nos dijo entre risas.
Tedesco opera también sobre el arte: abre, corta, resignifica, vuelve a suturar contextos.


Su colección es sólida y caótica a la vez: numerosa, innumerable, en perpetuo movimiento. No responde a un eje curatorial, ni lo pretende. No necesita justificarse: compra porque sí, porque le gusta. Porque conectó con el artista. Porque el humor ariano lo empuja a lo inmediato. Prefiere no tener auto ni vacaciones antes que privarse de una obra. Esa pulsión lo acompaña desde los 18 años, cuando intercambiaba piezas con artistas argentinos contemporáneos, que atendía como médico, referentes de los años 80 y 90 hasta voces emergentes, antes de ser reconocidos, guiado por un ojo intuitivo y refinado.
No ha recibido aún visitantes en su espacio, al momento que fuimos a hacer la nota. Días después, los “amigos del campeón” ya hacen fila para postear su visita al museo privado en el Central Park de Tedesco.
Comienza el recorrido de manera espontánea y enseguida, despliega un catálogo oral que va de Hasper a Minoliti, de Villar Rojas a Magda Cordero (la nombra con humor y cariño, es su amiga). Habla de Nicola Costantino (y nos muestra una foto de su toilette de entrada a su casa de Recoleta: jabones realizados con grasa humana, de la propia Nicola) de Alexis Minkiewicz, de Elba Bairon, de su amiga Ana Gallardo. Pasa a la sacralidad de un altar improvisado a un fotógrafo: Marcelo Grossman, solemnidad hecha fotografía.


En ese momento, se estaba instalando una obra de Román Vitali. Su armado es de alta complejidad, de difícil montaje. Nació en Rosario en 1969, conocido por sus instalaciones con cuentas acrílicas y el uso de referencias al arte de otros autores.
Le consulte por su arte kitsch, su era pop y sus obras casi trash, siendo él un “hacedor de belleza”. Son las que mejor comenta, con más entusiasmo, con la fascinación casi adolescente por una instalación pop de aire trash. Un claro ejemplo es su cabinet tipo “glory hole” de un antro sórdido porteño, que describe como si estuviera frente a Botticelli. “Son cachivaches, pero me divierten”, reconoce. Ama que este en medio de su nuevo espacio expositivo. Hay cosas, que sabe que, en su contexto, las resignifica.
Nunca tuvo un Kuitca: demasiado caros, demasiado drama. “No quiero convivir con nada que me genere infelicidad ni tristeza”, sentencia.
En cambio, atesora el Gallo de Cynthia Cohen, la monumentalidad de Diego Bianchi, una de las primeras obras de La Chola Poblete, una instalación impactante de inmaterialidad material de Luciana Lamothe, Pablo Accinelli y una lista interminable de nombres que son ya parte de la historia del arte argentino de los últimos 40 años.


Continúo: Rogelio Polesello, Jorge Macchi, Marcos López, Sebastián Gordín, Ernesto Ballesteros, Fabián Burgos, Hernán Marina, Marina De Caro, Matías Duville, Tomás Espina, Karina Peisajovich, Res, El Pelele, Nahuel Vecino, Ulises Mazzucca, Fernanda Laguna, Mauro Koliva, Leda Catunda, Mariana Telleria, Guido Yannito, por citar sólo algunos.
Entre los más jóvenes, tiene obras de Eduardo Navarro, Martín Legón, Leopoldo Estol, Mauro Koliva, Gabriel Chaile, Flavia Da Rin, entre otros.
Está detrás de obras de más de una galería a la vez. Al cierre de la nota había comprado una obra de Amparo Viau, que aún no estaba hecha. Necesitaba otra, de otras medidas, explica, “una más grande”.
No es la primera vez que comparte su colección. Desde 2010 ha realizado anualmente exhibiciones de su acervo en el Centro Cultural Borges, exhibiendo en cada edición una selección curada bajo criterios sensoriales y afectivos más que cronológicos.
El curador francés Philippe Cyroulnik. Virginia Fabri y Eduardo Stupía, han destacado su mirada intuitiva y su capacidad para crear diálogos visuales entre generaciones y estilos.
Una de las más memorables fue “Diagonal Sur”, con obras de Macchi, Siquier, Hasper, Villar Rojas y más. Supo tener parte de su colección allí, en el Borges. Hoy, lo atesora él. Quien más que el mismo para cuidar sus obras, ¿no?
En Barracas, en su espacio, la sensación es otra. Aquí no se trata de exhibir: se trata de jugar, acumular, desplazar, resignificar.


Lo quirúrgico vuelve en su modo de organizar el espacio: todo impecable, listo para una operación mayor, para su eterna transformación. Un asistente y un montajista, lo acompañan en esa tarea infinita de mover piezas como si fueran órganos vitales. Preguntamos por unas manos gigantes, teatrales, como icono pop: son de Narcisa Hirsch, realizadora de cine experimental, precursora del videoarte nacional. Preguntamos por el destino del galpón, si piensa abrir al público el espacio: duda, sonríe, esquiva. “No sé qué voy a hacer cuando ya no esté”, dice, sin perder la sonrisa. Difícil creerle.
Dice, de una artista (que no puedo nombrar por pedido de la oficina de legales de la revista) … “esta es obra de tal… de antes de que hiciera los puros dibujitos que está haciendo ahora… no sé qué le paso”, sentencia con humor.
Entre esas piezas que dialogan con la memoria, aparece también Santiago Rey, un artista que ha sabido construir un recorrido singular: desde “El complot de las cosas amables” hasta residencias internacionales como Port Tonic, en el sur de Francia. Su obra, íntima y a la vez incisiva, parece hecha a la medida de esa búsqueda de Tedesco: obras que trascienden la forma y vibran en el recuerdo.


Su humor corrosivo vuelve de nuevo en Barracas, cuando le pide a un asistente que guarde el azúcar y los palillos antes de que llegue cierta galerista: “Guardá todo, no sea cosa que piensen que puedo darles café a todos”. Hace una pausa cómplice, sonríe: “Ahora empiezan los violines y las adulaciones”. dice, como quien ya se sabe la coreografía del circuito del arte.
Particularmente, la que lo visita hoy. Que, por casualidad, es la misma que nos presentan por tercera vez, aunque ella “nunca recuerda”. No sé si será un síntoma de saturación, de estar demasiado expuesta a presentaciones sociales, o simplemente un “despiste” propio de ese mundillo snob del arte. Más allá de esa escena propia del mundo del arte, lo cierto es que Esteban contrasta, a diferencia de ese “olvido”, sabe muy bien cómo recibir a los “desconocidos” que pisan por primera vez su espacio. Tiene la calidez precisa para hacerte sentir en “casa”.
Como coleccionista, Tedesco sintetiza esa figura argentina tradicional que colecciona con pasión, dedica tiempo a recorrer talleres, formar vínculos con los artistas y prioriza el valor simbólico del arte por sobre su valorización financiera. Asegura que no colecciona para especular comercialmente, sino por una convicción artística profunda.


Como mecenas, acompaña a los artistas, muchas veces facilitando muestras o producciones sin fines de lucro, utilizando parte de su colección para respaldar proyectos de creadores argentinos emergentes.
Esteban nos acompaña a terminar de recorrer las últimas obras, hacemos las últimas fotos y antes de despedirnos, Tedesco lanza la frase que lo resume: “¿Vieron que soy divertido? No soy como otros coleccionistas”. Y no, tiene razón. Es un cirujano que colecciona con la misma precisión con la que entra en un cuerpo. Tedesco no acumula arte: lo opera.
Descubrí en nuestra sección de Noticias las historias esenciales para entender el arte contemporáneo: actualidad, contexto y narrativas que conectan los hechos con nuevas formas de interpretación.



